Cocinando

Ayer fue día de cocinar. El miércoles iba a visitar a mis viejos, así que nada mejor que caerles con cositas hechas en casa, ¿no?
Fue una tarea ajetreada porque… bueh, a mí se me ocurre complicarme. Hacer pastafrolitas es una cosa. Hacer también el dulce para rellenarlas es… pues… Hacer dos cosas.
Hacer todo al mismo tiempo con un niño que se niega a almorzar y dormir su siesta es digno de pulpo malabarista. O eso quiero creer.

Los primero, y creo que lo más jodido, fue hacer el dulce de batata con coco.

Mi error fue meter los dos kilos de batata así de una, sabiendo que mi olla no es tan grande. Se cocinó bien, pero el maldito dulce estuvo especialmente homicida, por la manera en que saltaba. Tanto fue que en dos momentos se me vino encima y me quemó, el muy sotreta.

La primera quemadura es esta, en la mano. La segunda fue en el hombro y por suerte ni se nota.
¡Dulce retobado!

Curiosamente, y luego de charlarlo con mi Pá, me he enterado que aparentemente la violencia de lo que uno cocina (o más bien cuanto salta una preparación al hervir) estaría relacionado con las fases lunares.
Estuve googleándolo un rato y la verdad es que no encontré nada al respecto en 3 idiomas (aunque talvez sea yo, que no sé ni qué busco). Según lo que me dijeron, las preparaciones saltarían más durante la Luna Nueva, para saltar menos hacia la Luna Llena y repetir así el ciclo. Según el calendario hoy es Luna Nueva, lo que en teoría explicaría porque mi dulce quiso matarme tan insistentemente.

Al menos pude terminarlo y rindió una barbaridad: tres frascos estándar y dos bastante más grandes. Al parecer no le faltó cocción (o lo pude disimular bien), lo que fue un alivio. Haber luchado tanto para que no saliera bien iba a ser muy decepcionante.

Con lo que sobró después de llenar los frascos rellené una docena y media de pastafrolitas. Y Sobró un poco más, así que los frascos quedaron bien, pero BIEN llenos.
Con las frolitas no sé bien qué pensar, salvo que la vez anterior le debo haber pifiado mal a la masa, que quedó con una textura algo jodida. Esta vuelta por suerte parecía más «masa» y haberle puesto vainilla en vez de ralladura de limón la dejó más mejor aun.
Lo que sí, después de tanto ejercicio me agarró la pereza y las tiritas salieron así nomás. La media docena de la foto corresponde a las más lindas, finamente seleccionadas para llevárselas a mis viejos con un pote de los grandes de dulce.

Otra cosa que tiene poco que ver, fue el inesperado público que atrajo mi proeza culinaria.
No recuerdo si blogueé al respecto, pero hace meses venía teniendo problemas con hormigas en mi cocina. Hace unas semanas y con bastante suerte logré identificar el hormiguero (y llenarlo de Raid, vio) pero a los pocos días noté que las hijasderemil no se habían ido del todo.

¡Pues helas ahí, chupando contentas mi dulce asesino mientras seguro conspiran contra mí en diminutas vocecitas!
Al menos el despelote que hizo el burbujeante menjunje sirvió para algo: fue la carnada perfecta para atraer al himenóptero flagelo y seguirlo hasta su escondite.

También sirvió de última cena, ya que una vez que terminé de cocinar rocié todo con Raid.
Si mi historia contra las hormigas sirve de referencia de algo sé que no será lo último que sepa de ellas.
Pero la lucha sigue. *empuña valientemente un cucharón*

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