El finde pasado finalmente festejamos el cumple del heredero. Digo «finalmente» porque el verdadero onomástico fue a principio de mes, pero entre pestes y demás hubo que posponerlo mucho. Este año al parecer TODOS se enfermaron: el heredero (aunque fue super suave), un primito (bastante feo, con neumonía y todo), mi Má (otra que estuvo bien mal) y yo (10 días hecha percha). Y aun así, hubo varios invitados que no pudieron venir por culpa de la maldita gripe. 🙁
Pero bueno, eventualmente se celebró y con todo.
Y como era de esperarse, el trabajo para mí fue directamente proporcional.
Hace algunos meses, y luego de ver la de mi amiga Aiko, a Bam-Bam se le antojó que le hiciera torta arco-iris. Como vi el trabajo que requería, le dije que para su cumple le preparaba una. ¡Mamá pulpa! Si hacer una torta ya requiere cierto trabajo, hacer una arco-íris (no «psicodélica», cabe destacar) es lo mismo… multiplicado por seis. Porque hasta separar y teñir los diferentes colores, todo bien… Hornear cada color, y tener que esperar a que enfríe para desmoldar y seguir con el próximo… Bueno, me tomó como 4 horas, y eso que hice trampa. Con «trampa» me refiero a que entre color y color metía una bandeja de muffins de manzana (no iba a dejar el horno prendido al divino botón todo el tiempo), y para enfriar cada color usé baño María inverso (con agua fría). Y ahí he de decir usar un molde de silicona me salvó la paciencia, ya que no requiere eso de enharinar ni enmantecar. Lo que sí, terminé de comprobar lo chueco que hornea mi horno. :/ Sin importar donde le pusiera la masa, siempre salíó completamente torcida, lo que me dio importante dolor de cabeza a la hora de armar las capas de la torta. Por suerte todo salió «parejamente chueco», así que acomodando las capas en diferentes ángulos aquí, y un poco de presión allá, ni sé como, pero terminé con una torta bastante pareja. 😛
Después fue cuestión de enchufarle un par de toneladas de crema y cortar con la tijera una eternidad de malvaviscos.
Voy a confesar que los malvaviscos fueron una importante improvisación, ya que los laterales de la torta no se cubrían más con la bendita crema. Al final resultó super positivo, porque los malvaviscos tomaron el sabor de la crema y resultaron esponjosos pero no insulsos como de costumbre.
Igual la gran prueba para mí fue cortarla y ver que había quedado bastante pareja. Ni hablar de no haber tenido ningún brain fart y -no sé- armarla en el orden incorrecto o algo así. Y supongo que no hace falta ni decir lo riquísima que quedó. El bizcochuelo de coco que siempre hago quedó de maravilla con la crema, e increíblemente suave siendo que entre capa y capa también le puse leche. Tanto gustó que Fran (mi «suegrastro») se comió como tres porciones y más de una vez agarré al marido -que no suele disfrutar mucho las tortas- atacando las sobras. Debo decir que todo lo demás que hubo que servir y preparar palidece al lado de la torta así que lo obviaré, a pesar de haber sido todo muy trabajoso ya que prácticamente hice todo sola. ._. El único problema de tanta celebración (aparte de una rabieta del niño, que se solucionó con torta) fue que a la noche, cuando todo el mundo ya se había ido, me agarró una tendinitis asesina en mi pata mocha, que atribuyo a haber estado de pie demasiado tiempo. Pasé una noche terrible, pero nadie me quita el haber celebrado con la familiona. 🙂
Y si bien yo trabajé como condenada, la suegra se merece una mención especial por los souvenires que se mandó: Creo que ni falta hace explicitar lo fanático que es Mr. Niño del plomero bigotón de Nintendo. Me pareció especialmente adorable (ni hablar de apropiada) la elección de una imagen de Paper Mario. 😛 Otra cosa muy curiosa que trajo mi suegra, fue una caja de nachos, de la cual destaco el curioso nombre de la marca:
Lo más ¿gracioso? fue que ella lo compró en la góndola de importados de Jumbo, pensando que sería un producto yanqui o mexicano por lo caro que le salió. Qué chasco nos llevamos cuando nos pusimos a leer la caja y encontramos con que es «Elaborado en San Martín, Provincia de Buenos Aires».
Así que solo me resta saludar por última vez y por este medio a mi cada-día-menos-pequeño heredero. Pucha hombre, ¿cinco años ya? Así las cosas voy a terminar como el resto de las madres, despotricando de lo rápido que crecen los hijos y demás cursilería.
Pero no, talvez en otra vida. En esta voy a celebrar la mutua paciencia, el trabajo en equipo y saber que aprovechando todo como se debe la mirada atrás es grata, pero sin necesidad de nostalgia. Como dice el slogan: Vamos bien, y viene lo mejor.