Saving Private Marta

Todavía no termino de digerir lo que me pasó hace un rato nomás, así que seré todo menos breve.

Más temprano me había despertado de una siesta excesivamente larga y como más temprano también me había dolido el estómago decidí cortar por lo sano y cancelar mis salidas por el resto del día. Un rato antes de las 18 (hora en que suelo salir) me llama la señora de abajo. La puerta de su habitación se había trabado y no podía salir. Por suerte Marta (ese es su nombre) es una mujer precavida y hace varios meses me había dado una copia de las llaves de su departamento.
Igual me advirtió que había dejado sus llaves en la cerradura, que no sabía si iba a poder meter la mía…

Sin siquiera calzarme tomé la llave y bajé al departamento de Marta. La primera llave abrió de una. La segunda empujó la que ya estaba puesta y pude abrir sin problemas. Yay.
Entré al departamento y me anuncié. Marta me daba instrucciones desde el otro lado mientras yo arremetía con todo mi cuerpo contra la bendita puerta.

Más tarde me indicaron que eso es justamente lo que no hay que hacer, que así es como se dislocan los hombros. Al menos tengo suficiente músculo en estos hombros torneados por el pole dance como para no lastimarme (sí, estoy fuertecita), pero la verdad es que tampoco sirvió. Lo que sí, a cada hombrazo me dolía un poco la cabeza de tanto sacudón.

Luego de probar algunas de las indicaciones de Marta (lo siento, no supe por dónde meter el cuchillo que me mandó a buscar y ni siquiera encontré) decidí cagar a patadas limpias la puerta, por lo que le indiqué a Marta que saliera de atrás.
Creo que fueron tres o cuatro patadas hasta que la puerta se abrió. Más yay.

Me quedé unos minutos para ver qué corno habría pasado y siendo que el picaporte se movía normalmente (lo probé con una tarjeta) todo indica que la pintura de la parte superior de la puerta se habría pegado. Misteriosamente, porque no es que haya sido pintada estas últimas décadas. La puerta no estaba tan trabada al parecer, pero al ser bajita no lograba forzar la parte superior con todo el cuerpo. Esto funcionó mejor al patear y poder golpear más arriba.

Marta me aseguró que no iba a cerrar más esa puerta y yo me quedé pensando en todo lo que podría haber fallado, pero salió bien:

  • Que haya tenido el teléfono en la pieza.
  • Que me haya encontrado.
  • Haberme dado la llave.
  • Que una llave saque a la otra de la cerradura (creo que en las cerraduras modernas esto ya no pasa)
  • Estar en buen estado físico como para poder cagar a palos la puerta sin romperme toda.

En realidad esto último no es del todo cierto. En noviembre del año pasado tuve un desgarro bastante grande en mi pierna izquierda, que todavía me duele bastante y si el tirón que siento ahora es indicador de algo, es que fue con esa pierna que pateé la puerta.
Escribo esto desde mi cama, sentada sobre una enorme placa congelada, con la esperanza de no haberme estropeando nada (más).

Estuve pensando si tanto descuido de mi parte habrá sido por haberme asustado, pero lo pienso bien y creo que hasta empezar a golpear la puerta estuve bastante tranquila. Y es que Marta nunca estuvo en peligro… Intuyo que lo que tuve fue un rush de adrenalina. Que ponerme a pegarle así a la puerta me dejó algo «loca» (una hora después y lo sigo estando) por lo que no pensé tan claramente como debía.

Niños, no hagan eso en sus casas. Pero si tienen vecinos mayores y que vivan solos igual cúidenlos. Y tómenlo en cuenta para cuando sean mayores… aunque ahora que lo pienso nuestra generación si va a pecar de algo, va a ser de nunca largar el fono.

Por mi parte sigo con el hielo. Esperando a que me entreguen mi medalla.
¿Qué, no era así la cosa?

Mostrar 1 comentario

1 comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *